
Psicología y Familia
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El significado de ser: SER HUMANO: Virginia Mardones
Psicóloga Clínica
Sentir amor y no darlo, disfrazar la pena de alegría, atacar a otro cuando la inseguridad es propia, son algunos claros indicadores de conflictos emocionales involuntarios, no elaborados (no conscientes) que habitan en nuestro inconsciente, especie de “caja negra” de nuestro aparato mental.
Muchas veces sentimos tensión interna, intranquilidad, angustia, sin poder explicarnos el motivo; sólo sentimos estos síntomas, que en el fondo no son sino alarmas que nos están alertando y estimulando a ocuparnos de nosotros mismos. Entonces, ¿qué podría ayudarnos a darnos cuenta de lo que realmente nos puede estar pasando?
Como respuesta, sólo aprender a saber, creer y confiar en que somos seres únicos e irrepetibles, con facultades extraordinarias como la capacidad de autoconciencia. Experimentar y ejercitar esta facultad que nos permite mirarnos, autoobservarnos, autoconocernos y, solos o con alguna ayuda especializada, llegar a tomar conciencia de lo que realmente nos puede estar pasando en lo más profundo de nuestro ser.
Sacar la mirada del entorno para poner atención en nosotros mismos, en nuestro mundo interior, más allá de lo que podamos estar expresando socialmente. Como ejemplo, podemos “pillarnos” riendo sin un deseo genuino, sin una verdadera resonancia afectiva.
Es una necesidad imperiosa para todo ser humano comprender que la afectividad es el verdadero motor de nuestra vida y desarrollar la inteligencia emocional es imprescindible para que podamos sentirnos seguros, valiosos, respetables, “queribles” como personas, sin importar la edad, el sexo, el origen, la etnia, el nivel socioeconómico ni cultural. Intuitivamente y porque también fuimos recién nacidos y criados -y tenemos internalizados en nuestro inconsciente las significaciones de estas experiencias- podemos reconocer cómo nuestros hijos, desde guagüitas, expresan con los movimientos de su cuerpo, con sus gestos y sonidos, sus estados emocionales. Involuntariamente lloran cuando tienen hambre; tensan su rostro, se mueven permanentemente y hasta se retuercen cuando les duele o les incomoda algo. En cambio, la tranquilidad de su cuerpo, el ritmo pausado de su respiración, su carita sonrosada y relajada, pequeños gemidos, son claras señales de que están agradados.
El despertar de su inteligencia emocional, idealmente, debiera comenzar desde que llegan al mundo con la estimulación esencial de los padres al acariciarlos suavemente, hablarles con un tono de voz amoroso, apegarlos al cuerpo con tranquilidad, contener su llanto y su intranquilidad. Considerar que son verdaderas “esponjitas”, absolutamente dependientes, pero capaces de registrar en su inconsciente sensaciones tan elementales, como el agrado-desagrado, la relajación-tensión, la seguridad-inseguridad, según sea la calidad del apego que le puedan procurar sus padres. Especialmente la madre en el primer año de vida, quien por el natural proceso de amamantamiento tiene la mayor y mejor oportunidad de hacerlo sentir contenido, amado, protegido, aceptado. Fundamental es también desde el inicio de sus vidas el acompañamiento del padre en este proceso.
Estas vivencias pasarán a ser significaciones que quedarán en su inconsciente, cual “sinfonía de fondo” del desarrollo de su estructura de personalidad.
Idealmente, porque ningún ser humano tiene la posibilidad de ser perfecto, justamente porque somos en esencia seres que sentimos, que nos emocionamos y eso no nos permite ser absolutamente racionales y objetivos. Es así que no existen tampoco los padres perfectos, pero sí seres humanos poseedores de la extraordinaria posibilidad de ser PERFECTIBLES, misión imprescindible sin límites de tiempo ni de contenidos, precisamente por nuestra facultad de autoconciencia.
Autobservarnos para descubrir y reconocer qué podemos repetir y/o corregir de los modelos heredados ambientalmente en nuestra propia crianza, cuando ya somos padres. Modelos que quedaron registrados en nuestra “caja negra” y sobre los cuales podemos reflexionar para trabajar por perfeccionarnos, tanto en lo personal como en el ser papá o mamá. Poner nuestra creatividad al servicio de descubrir nuestros potenciales e impulsar el desarrollo de versiones mejoradas de nosotros mismos.
Por el contrario, la inteligencia racional, que utiliza el lenguaje digital y sus símbolos verbales, comienza a aparecer más tarde. Al nacer, esta inteligencia -heredada genéticamente- está en germen y a medida que el niño va creciendo, va siendo insertado en una sociedad que tiende a privilegiar el desarrollo del conocimiento y a desplazar el de la inteligencia emocional. Especialmente en los tiempos actuales, en que los avances de la tecnología promueven la interconexión, la inmediatez, la mirada externa, el consumismo y no la comunicación integral verdaderamente humana. La inteligencia emocional, la de los sentimientos y emociones, la del lenguaje corporal y gestual, la que nos permite estar siempre comunicándonos con nosotros mismos y con los demás.
Esta sobrevaloración de lo intelectual por sobre lo emocional, nos lleva a una pregunta fundamental. Si somos más que seres pensantes, como queda demostrado en la infancia temprana, ¿cómo podemos ir enriqueciendo nuestro mundo interior si no somos estimulados a mirarnos y a reconocer lo que estamos sintiendo, para luego aprender a expresarlo?
Afortunadamente, la capacidad de sentir no se apaga con la sobrevaloración del desarrollo intelectual. Es una energía tan vital, que está siempre tratando de buscar una salida, aunque no haya sido estimulada adecuadamente durante nuestra crianza. Es una inteligencia tan profunda y poderosa, que de variadas formas se las ingenia para llamarnos la atención., en cualquier momento o etapa de nuestra vida. Si no es el llanto cuando estamos angustiados, la expresión verbal cuando nos sentimos agredidos o estamos estresados, puede ser un trastorno del ánimo, un dolor de estómago, náuseas, hipertensión, jaqueca, afecciones a la piel, insomnio, constantes estados infecciosos y muchas otras manifestaciones indirectas de algún conflicto emocional inconsciente. Nuestro cuerpo nos avisa a través de síntomas.
Acostumbrémonos entonces a volcar la mirada a nuestra intimidad, a nuestro sentir, en algún momento del día, para descubrir cómo nos sentimos y cómo nos pueden estar afectando las diferentes experiencias diarias. Tratando de castigarnos menos cuando nos equivocamos y de premiarnos más cuando tenemos éxito, por muy insignificante que nos parezca. Quizás el refuerzo positivo que no pudimos internalizar a través de la crianza, podemos encontrarlo en nosotros mismos en un diálogo con este niño interno que todos llevamos dentro y que sin importar la edad, necesita ser acogido, contenido y amado por nuestro yo adulto.
En el fondo, llegar a encontrar la integración consciente de nuestro ser una unidad integrada mente-cuerpo y un equilibrio en el desarrollo de nuestras vidas afectiva e intelectual, riquezas incalculables de nuestra esencia humana, para nuestro propio enriquecimiento y el de todos quienes nos rodean.
Santiago de Chile, 2017.-
LOS FANTASMAS DE NUESTRO MUNDO INTERIOR
Los seres humanos despertamos a la vida sintiendo, mientras la capacidad de pensar aún duerme esperando el momento del desarrollo en que podrá empezar a aparecer.
Ya funcionando ambas capacidades, además de sentir, podemos comenzar a darnos cuenta tanto de la realidad externa como de la realidad interna, la de nuestro mundo interior. Más adelante, a reflexionar sobre las experiencias tanto personales como ajenas.
Es clara la disociación entre pensamiento y afecto cuando nos enviciamos con los videojuegos, con el “chateo”, cuando consumimos alcohol en exceso, cuando usamos drogas, cuando comemos o fumamos con ansiedad, cuando nos exponemos a manejar a velocidades extremas, cuando nos transformamos en compradores compulsivos, etc.
La pregunta es, ¿por qué si la razón logra interpretar dichas conductas como nocivas y/o desadaptativas no podemos manejarlas ni tener control sobre ellas?; ¿por qué la voluntad no funciona como freno ante la tendencia a autoagredirse? En general, los niños han aprendido de los peligros porque han sido cuidados por sus padres y su entorno, para más adelante ser capaces de autocuidarse. Entonces, ¿qué puede haber inhibido el desarrollo de esta facultad, o bien, estarla perturbando una vez adquirida?
Una respuesta puede ser que la significación de las experiencias más importantes que vamos registrando en nuestro inconsciente, se constituyen en la base de nuestra autoestima, de nuestro propio valor, de nuestra capacidad de querer y de confiar, cuando efectivamente en la crianza el niño ha ido recibiendo muestras efectivas de amor, de contención, de protección, de aceptación. Sin embargo, en los casos en que esta crianza nutricia no se ha cumplido por múltiples circunstancias y el “filtro” entre lo nutricio y lo nocivo aún no funciona, ese niño se irá transformando paulatinamente en una persona que tampoco se valora, se quiere, ni se responsabiliza de su existencia.
Más aún, su temor a mirarse profundamente y a enfrentar sus angustias, sus miedos, sus inseguridades, podrá llevarlo a encontrar en los excesos una especie de parche para tapar sus “heridas emocionales”. Sus carencias afectivas más profundas dejarán en el niño marcas imborrables, que, incubadas, podrán expresarse en síntomas varios años más tarde. Entonces es fundamental para los padres poner atención en los cambios de conducta, de estados de ánimo, de rendimiento académico, de sociabilidad, que pueden estar mostrando sus hijos.
Parece muy importante recalcar que cada padre y/o madre cría a sus hijos con todo el amor del mundo y las mejores intenciones. Sin embargo, muchas veces ese esfuerzo ha partido de un enfoque arraigado en ellos desde su propia crianza y que no siempre es adecuado para su formación integral. Por lo tanto, desde que los niños llegan al mundo, es fundamental que los padres vayan estimulando en ellos la comunicación emocional.
Es de vital importancia ayudar a nuestros hijos, desde muy chiquititos, a ponerle nombre a lo que pueden estar sintiendo; contenerlos para que vayan siendo capaces de adquirir el lenguaje emocional - vehículo de expresión de nuestro mundo interior – evitando así el que puedan ir acumulando penas, frustraciones, resentimientos, angustias, que en adelante los lleven a buscar vías de escape de su propio sentir. A escapar de si mismos, sin conocer y aprovechar sus propios talentos para vivir profundamente la vida.
Ps. Willi Schütte
Santiago de Chile, año 2017